viernes, 22 de abril de 2016

Epílogo

Desde la distancia que proporciona el abandono de la primera línea luchística uno aprecia con mayor claridad detalles y comportamientos; actitudes y aptitudes de unos y otros y, lo que sí es verdad, también se gana en tranquilidad. Pese a ello, a veces es irreprimible el deseo de buscar el desahogo en este blog, abusando ahora de la confianza y aprecio de los míos; siempre lo serán. 
Que no son buenos tiempos para la lucha es una obviedad: descenso, no ya alarmante -casi dramático- en el número de aficionados, disminución también de luchadores, caída en picado en la base, pérdida de peso específico de la lucha a todos los niveles, caciqueo y sectarismo diputacional... Y todo porque la lucha, siempre lo hemos dicho, ha tenido en la última época los peores gestores posibles y no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Y no se salva nadie aquí, unos porque han ido más a lo suyo que a otra cosa, otros porque sólo les preocupó “joder” al vecino, otros porque no entendimos a tiempo  que había que tener altura de miras y no caer en la provocación. Al final, la casa sin barrer y la lucha en la UCI.
Asumimos nuestros errores, que los hubo, pero también es verdad que hubo quienes pusieron todo el empeño en frenar, en aturdir, en jugar al despiste con el fin de controlar en cotarro e impedir que nadie se moviese. Duele pensar que algunos de los que más le dieron a la lucha en el corro después fueron los que más daño la hicieron (y la siguen haciendo) desde otras instancias: ¿verdad “Che Escanciano”?. Como buenos estrategas se aprovecharon de unos y otros para hacerse fuertes –ellos- sin importarles que con ello la lucha se debilitase poco a poco, en una lenta agonía, dolorosa y cruel. (La excursión folklórica no aporta nada cuando la casa está sin barrer.