Espera hasta ver…, dijo el paisano, y así seguimos; anclados
en una rutina que mata cualquier atisbo
de esperanza, que nos condena a ser
testigos mudos? de la muerte de una de nuestras señas de identidad más
valiosas. De una parte de nosotros cuya propiedad ni siquiera
nos corresponde, de la que tenemos el compromiso de mantener y
transmitir a nuestros hijos en las mejores condiciones posibles, en toda su
esencia. Incapaces de eso perdemos nuestra energía en comportamientos y
actitudes estúpidos y cainitas hasta el extremo, y en esa guerra, fratricida y
absurda, la lucha se nos va.